La dictadura de los ofendidos

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La dictadura de los ofendidos

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¿No es paradójico que en los tiempos más democráticos del mundo occidental, la libertad de expresión e ideas, fuente y sustancia de convivencia, se vea socavada de manera peligrosa y que su propia existencia sea puesta a prueba en nuestras sociedades? La corriente filosófica pregonera de lo políticamente correcto se ha impuesto como el dogma social ideal abogando por igualar todo, a todos, a muchos y a pocos bajo la premisa suprema de interpretar la realidad como innumerables verdades condicionadas por la subjetividad de las emociones e impulsos de los individuos. Hemos entrado a lo que se denomina el tiempo del más allá de la Verdad.

Es decir, el objeto ya no se impone al sujeto. La Verdad puede estar ahí, libre y clara pero no puede ser debatida ni juzgada. Para los ojos del mundo moderno, son infinitas verdades clamando respeto y aceptación. Lo relativo domó a la objetivo y empezó a silenciar a la ciencia, cúspide del valor humano como signo de búsqueda a las respuestas prometidas en sus preguntas eternas. Rebatir es ofender.

Como ejemplo, se puede apreciar en los Estados Unidos las inéditas manifestaciones universitarias que buscan impedir la realización de presentaciones o demostraciones de resultados científicos en trabajos que conciernen a temas políticos, sociales, raciales, sexuales e históricos. El hecho de que una verdad científica comprobada pueda modificar estados dados por descontado o herir susceptibilidades a grupos sociales involucrados en los tópicos citados es causa suficiente para recurrir a la violencia justificando la defensa de los aludidos. Lo grave es que en nombre de la diversidad y la libertad por encima de lo real afligen una estocada mortal al acto símbolo que da sentido a las casas de estudio y a la historia; el debate de ideas.

En Europa la situación todavía es más complicada y conlleva un desfasaje gigante entre lo que claman sus políticos y el drama de sus ciudadanos: el multiculturalismo defendido y promovido por los primeros contra el día a día de incomprensión e incertidumbre que viven los segundos. Un continente agoniza en una crisis económica aguda sumada a la obligación de servir como puerto de salvación a miles de inmigrantes orientales provenientes de culturas distintas y vigorosas que empiezan a trastocar los valores, ahora débiles y ambiguos de una sociedad envejecida. En el medio de este proceso, imperan posturas radicales provocadas por la incapacidad de coincidir y rescatar lo que lo real expresa en sus formas rutinarias, de lo particular a lo general. El orgullo para imponer interpretaciones provoca odio, confusión y el resquebrajamiento de una unidad continental que traerá consecuencias nefastas para el mundo democrático.

En nuestro país los ofendidos pululan en los círculos políticos de poder. Reclamar la falta de coherencia en las conductas y posturas de los líderes gubernamentales es pecar de insolencia y falta de indulgencia hacia la capacidad diaria de cambiar de parecer y actuar. La premisa mayor es que la Verdad es relativa y coyuntural. Desde los preceptos de artículos constitucionales reinterpretados en base a momentos históricos y a objetivos inmediatos, hasta la disyuntiva de subordinar reglas de coexistencia social a eventuales mayorías inestables y autoritarias, se observa un accionar impulsivo y reactivo por encima de una resolución racional tangible y constatable. El Estado de Derecho se erige como un edificio endeble con sus leyes principales como bases carcomidas por la ambigüedad de significar algo hoy y mañana otra.

Como hace unos setenta años, el mundo peligrosamente está siendo conquistado por los ofendidos. Han trasmutado ideologías y hoy escriben con la izquierda lo ayer borrado con la derecha. Ni rojos, ni azules, ni demócratas ni nacionalistas, sino correctos y victimizados esgrimiendo significados parciales acordes a sus objetivos. Solo temen a un hecho irrefutable e irreductible y que debe ser enarbolado por los auténticos demócratas de la verdad pura y directa: la capacidad de diálogo; la posibilidad de expresar pensamientos, ideas y razonamientos en base a lo existente; la necesidad imperiosa de conversar con el otro buscando consenso o rebatiendo argumentos en búsqueda sincera de soluciones a los dilemas imperantes en la actualidad. Se debe volver a propagar el hecho de que aceptar no tener la razón es el primer paso para obtenerla. Nuestro planeta será un lugar mejor para todos cuando la Verdad no deje ofendidos sino convertidos.

Publicado por

Abog. Claudio Daniel Ayala Gómez

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