Pertenecer a un pueblo cristiano, a un pueblo que vive la realidad hecha de acontecimientos humanos, toca las más íntimas fibras del discernimiento, que busca ante todo la verdad.
Respetando totalmente la decisión de los tribunales ingleses sobre la salud, vida y muerte de un niño, soy sin embargo libre de disentir irrevocablemente con esa sentencia y de expresar mi dolor ante la misma, pues ningún criterio o doctrina jurídica tiene como esencia atentar contra la vida y la libertad de las personas.
Paradójicamente, la ley está hecha para garantizar la vida de la sociedad y actuar como límite ante los excesos. Sin embargo, en el caso del niño inglés, ¿cuál ha sido el bien jurídico que se debía proteger?¿cuál ha sido el daño social que la ley debía reparar?¿cuál fue el mal que merecía la condena de muerte?
Si había razones especiales, culturales o ideológicas que debían protegerse, ¿cuál fue la razón por la que no se pudo delegar el mal o el problema a quienes estaban dispuestos a cargar con él? Solo me viene a la mente una idea: dureza de corazón.
Que Dios nos libre de tener un corazón sin esperanza.
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